
Cuando hagas esta pregunta al candidato, míralo a los ojos; mira sus expresiones faciales, sus movimientos de manos, su gesto corporal y los segundos que tarda en responder. En síntesis, observa todo; busca por dónde le traiciona el subconsciente porque seguramente está mintiendo en su respuesta.

Los candidatos invierten mucho dinero en cambiar su imagen en campaña electoral, se esmeran en tener tacto con la gente y demostrar el carisma obligatorio; se esmeran en mejorar sus discursos, su nivel de popularidad; en convertirse en el mejor actor para las cámaras y las redes sociales...
Pero, como políticos, se olvidan de lo más importante: se olvidan del arte de gobernar, de lo que realmente importa para los electores; se olvidan de cómo entraron y cómo saldrán del poder.
El hartazgo de la gente está relacionado con el cambio repentino de los políticos en época electoral. Cada vez que hay campaña, los partidos y candidatos salen a buscar adeptos; van a nivel de calle a saludar, a hacer eventos masivos y a encontrarse con la sociedad dando abrazos, cargando a niños y tomándose selfies. Si algo es molesto y ofensivo, es que alguien te busque sólo cuando te necesita (y a todos nos ha pasado). Pero todos sabemos el resto de la historia: una vez que los políticos ganan, se convierten en seres inalcanzables, de pocas soluciones y torpes para comunicar lo que se puede –o no– hacer en el gobierno.
El asesor plantea la estrategia y el político la ejecuta. En campaña, siempre buscaremos destacar las virtudes y esconder las debilidades de nuestro candidato, pero es importante que hagamos que nuestro cliente responda sobre cómo quiere ser recordado, porque para él bastara con que la gente vea su trayectoria política y los resultados de sus gestiones, pero el asesor puede lograr, además, que su trabajo sea utilizado para ayudar y no para engañar. Por otro lado, la ciudadanía se beneficiaría de una campaña dirigida hacia ellos y dejaría de ser espectadora de conflictos que responden al ego de los candidatos.
-Los asesores haremos bien el trabajo, pero depende de ti y,
sobre todo, de qué quieres que digan cuando ya no estés en el cargo-
Que los políticos sean recordados por sus acciones antes que sus promesas; por el número de personas que ayudaron antes que la cantidad de cargos que han ocupado; por escuchar y acompañar los problemas de la gente antes que las manifestaciones que reclaman participación; por hacer que las personas se enorgullezcan antes que hacerlas enojar; en fin, por hacer cosas que perduren y formen parte del imaginario social.

Suena bonito e irreal pero, si eres político, debes pensar en construir legados que no sean utilizados en tu contra, porque la próxima campaña siempre estará deter- minada por la inconformidad respecto a las autoridades en funciones. Los asesores haremos que ganes la elección pero no estaremos para vigilar que cumplas con la demanda social antes de volver a presentarte en la siguiente elección.
Todos recordamos al hombre que logró que sus hijos vivieran en una nación donde nadie fuera juzgado por su color de piel (Martin Luther King); al presidente que logró que el hombre llegara a la luna y regresara a salvo a la tierra (John F. Kennedy); al líder que puso fin al apartheid (Nelson Mandela); y también al hombre responsable de la muerte de más de 17 millones de personas (Adolf Hitler).
En pocos años, han cambiado muchas cosas en la política. Vivimos en un entorno donde la imagen lo es todo; donde las viejas formas de hacer campaña ya no funcionan; donde importa mucho más la persona que las ideas; etcétera. Pero algo no ha cambiado: lo más valioso en campaña sigue siendo el voto y apostaría lo que sea a que no le negarían su respaldo a alguien de quien ha dejado un buen legado.
Por ello la importancia de esta pequeña reflexión: porque los asesores haremos bien el trabajo, pero depende de ti y, sobre todo, de qué quieres que digan cuando ya no estés en el cargo, el que llegues a ser un líder inolvidable o uno más del montón.
Y bien, ¿cómo quieres que te recuerden? C&E