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Redes sociales y política, los espejismos para manipular votantes y linchar opositores

Por Pablo Guerrero Reyes

Los poderes políticos, desde partidos hasta la esfera gubernamental, recurren a

maniobras de intoxicación informativa para anular o contrarrestar la fuerza de sus

adversarios por medio de mensajes que se articulan en campañas mediáticas digitales.

La manipulación (del latín manipulus: manus (mano) y plere, pleo (llenar) es un concepto

de influencia comprobada en el comportamiento humano. Su significado está asociado

con la idea de someter un objeto a un contacto manual. Manipulación también es

alteración (del latín alterare y ésta, a su vez, del término alter, que significa otro). Pero

como cualquier técnica de la comunicación, es susceptible a factores que la pueden inhibir

o que pueden anular sus efectos, pues depende en gran medida de la perspectiva en que

se contextualice. El cineasta ruso Eisenstein, por ejemplo, decía que una cucaracha en

primer plano produce mayor temor que una manada de elefantes vistos en plano general.


Al mencionar medios digitales, nos referimos a Facebook y Twitter, ya que ciframos el

interés de nuestro estudio en ambas redes por ser las más socorridas y populares a nivel

mundial. También se ofrece un análisis básico de algunos contrapesos teóricos y legales

para estas prácticas, como lo son el Derecho a la vida privada y el Derecho de Réplica.


Los linchamientos digitales de que es objeto una figura pública, ya sea política o artística,

es una práctica común en el mundo. Recientemente está el caso del actor estadounidense

Johnny Depp y su ex pareja Amber Heardy: desde antes de comenzar el juicio por

difamación que interpuso el actor, y obviamente sin resolución judicial de por medio, ya

había consecuencias adversas para el actor que se pueden resumir en pérdida de

credibilidad, cancelación de contratos y en general una desacreditación moral a su

persona. Los mensajes que la mujer difundió sobre su relación establecieron el punto de

arranque de las acusaciones. Al momento en que se redactan estas líneas, pareciera que

hay giros sobre la verdad que ambas figuras públicas esgrimen, sin embargo, los perjuicios

para el actor son notorios y no fáciles de contrarrestar.


México constituye un tema digno de atención. En ello juega un papel activo el rumor,

definido como la comunicación clandestina que se difunde sin que existan normas firmes

de evidencia (Keith Davis, 1967). Luis Ángel Hurtado Razo (2022) categoriza así el

linchamiento digital: 1. Algún personaje político abusa de su función para desacreditar la

imagen pública de un ciudadano o ente social opositor. 2. Se dan linchamientos a

personajes con capital económico, así como a empresas o instituciones que violentan los

derechos de terceros. 3. Personajes con poder, no necesariamente económico ni político,

pasan sobre los derechos de otros.


La manipulación como herramienta de la propaganda implica un manejo intencional de

datos informativos para articular una idea, crear o reforzar un prejuicio, disponer de

escenarios o distorsionar opiniones. Dirigir la opinión pública hacia determinadas

actitudes o generar predisposición a ejecutar, percibir, pensar y sentir es manipulación en

sentido lato. También lo es “escamotear un dato, disminuir un énfasis o eliminar un

hecho”, advierte María José Lecaros (1987). En el terreno político, la manipulación mal

intencionada conlleva un fondo moral. Jean Cocteau afirmaba, por ejemplo: “Un vaso

medio vacío de vino es también uno medio lleno, pero una mentira a medias de ningún

modo es una media verdad”.


Actualmente los medios digitales representan un campo fértil para el sembrado de

linchamientos personales en favor de alguna causa política. Respaldan esta afirmación

Fernando Guzmán y Myriam Núñez (2021): “El linchamiento digital, extrapolación del

linchamiento tradicional, es una catarsis social que comete atropellos”.


Las redes sociales han modificado (cuando no desplazado) la existencia de plataformas en

la red que cubrían funciones sencillas de información al permitir la retroalimentación con

el usuario, como la página web. Esta vitrina por donde el usuario se asoma para conocer

desde adentro la información más importante de la organización, ya no es un recurso

predominante. De ahí que grupos políticos y de influencia en la sociedad hayan migrado

los usos del mensaje a herramientas cuya característica en común es la accesibilidad por

parte del público y la instantaneidad del mensaje, aunque si bien esto último menoscaba

la calidad de los contenidos. Las redes sociales llevan así muchos tantos de ventaja.

Los estrategas de redes invariablemente promueven en las campañas políticas un

fenómeno de tipo open source, que es un movimiento de código abierto, es decir, una

campaña de todos, en la cual a partir de un concepto de base (un secreto familiar del

candidato rival, por ejemplo) todos pueden participar, crear, difundir, movilizar.


Los temas de imagen pública han migrado en los últimos años de los formatos

convencionales (prensa, radio y televisión) al internet, con las ventajas de alcance que ello

supone. Alejandro Ramos Chávez (2021) comparte esa visión: “En la actualidad gran parte

de las movilizaciones sociales, a la par del uso de los espacios públicos físicos, también

tienen aparición y visualización a partir del uso de las tecnologías de la información y

comunicación, de forma específica Internet y las redes digitales”.


Si bien han cambiado los contextos y las armas ideológicas, no se trata de una práctica

nueva. Un modelo precursor de las modernas técnicas de manipulación política lo creó el

Estado mexicano en 1931, cuando Lázaro Cárdenas, siendo Secretario de Gobernación,

organizó una oficina que recopilaba información de las áreas gubernamentales para cubrir

la demanda de los medios de comunicación. (Nephtalí Celis, 2007). Y en 1936, ya como

Presidente, creó la Dirección de Publicidad y Propaganda, organismo que dependió de la

Secretaría de Gobernación. Aunque puede considerarse un primer esfuerzo oficial del

Estado de conformar un modelo que actuara como vínculo entre gobierno y sociedad,


también servía para controlar la información al criterio de los ejercicios del poder

imperantes en la época, lo que implicaba también orquestar campañas editoriales en

contra de algún personaje público incómodo para el régimen.


Las campañas políticas convencionales funcionan así: una vez que el mensaje principal de

una determinada operación electoral es definido de acuerdo con las necesidades y los

objetivos del o la candidata, se activan procedimientos técnicos e ideológicos para su

presentación. Durante el proceso, es frecuente el uso de la llamada información al relieve,

que consiste en sobresaltar las virtudes de una noticia del candidato o candidata que en

realidad no es importante.



Un operador de la manipulación de masas conoce al detalle los procesos de producción de

los medios de comunicación, como el ciclo noticioso, considerando los horarios en que se

gesta la producción de periódicos o la de noticieros de radio y de televisión, al igual que

los horarios de consumo del público, porque una parte del éxito del mensaje reside en

cómo, cuándo y dónde se consume la información: no es lo mismo difundir un informe

adverso a la imagen de un político a las nueve de la mañana que a las seis de la tarde. En

la percepción, aceptación o rechazo del mensaje, influye la predisposición anímica del

receptor. En la construcción de mensajes de una campaña política, de hecho, ya no basta

el empleo de los métodos tradicionales. Andrés Valdez (2016) considera que la lealtad

electoral es volátil, por lo que la necesidad de construir consensos y mayorías electorales

reclama un cortejo social permanente.


Con el surgimiento y consolidación de las redes sociales, este proceso se ha facilitado

tanto para el gestor de una idea manipulada como para su objetivo. Un político no tiene

que esperar a que el periódico sea impreso y distribuido para dar a conocer su versión

sobre una acusación seria: basta que utilice el botón de su celular, abra la red social de su

preferencia y escriba un discurso defensivo que será compartido y leído en tiempo real

por sus seguidores e incluso por quienes no lo sean. Para determinar la influencia de un

mensaje en este tema, es útil el dominio del manejo de las métricas, que son variables que

sirven para medir la capacidad de penetración de los post.


En el caso de Facebook, las métricas más relevantes, de acuerdo con la misma red social,

son la interacción del post con el público, la cual se encarga de medir la relevancia del

dato para el público: si le gusta, si lo comparte, si comenta o si hace clic en un enlace. Lo

interesante en este caso es que el peso de la evidencia, a diferencia de los juicios legales,

no es necesario para producir un efecto en las masas que muchas veces se traduce en una

decisión en la boleta. Otros factores que inciden es el número de seguidores que tiene la

página digital desde la cual se controla información, así como el registro de videos

observados. De esto último recalcamos que la cultura visual en las sociedades modernas,

como lo predijo Marshall McLuhan, es decisiva al momento de influir en las percepciones

del público.


El bombardeo de la mente

El éxito de la manipulación consiste en introducir juicios sugestivos que orientan o

desorientan, según sea la finalidad, con el propósito de bombardear la mente del público

y obtener así un resultado conforme a sus intereses. Coincidimos con A. Sauvy (s/f)

cuando afirma que hay dos modos para engañar al público diciendo la verdad: uno es la

estadística y el otro es la fotografía. Ambos pueden ser ofrecidos como testimonios, pero

con frecuencia se utiliza un dato parcial, favorable a la tesis de quien se sirve de él,

mientras que el dato complejo representa una realidad completamente distinta. Así, sin

saberlo, el público cede a la insistencia de los mensajes que desgastan gradualmente su

esquema de valoraciones.


En las redes sociales, esto se consigue cuando en forma reiterada se ofrecen noticias que

respaldan la versión que mejor se acomode a la argumentación del emisario. En términos

de estrategia de linchamiento digital, la indignación social que puede provocar un mensaje

es la columna vertebral del proceso. Aun y cuando no les competa directamente el tema,

los usuarios de las redes adoptan como propia la ofensa y el acto de indignarse, que

ejecuta el usuario tal vez como una forma de socialización, es crucial. Es ahí donde los

espejismos virtuales encuentran el abono ideal para establecer una ilusión que

generalmente no coincide con la realidad.


Pero, ¿cómo logra un sistema incidir en el comportamiento de las personas desde el

manejo digital del mensaje? Desde el punto de vista de la manipulación, este proceso

implica acomodar la información al propio enfoque o interés, darle la forma que se ajusta

a la conveniencia del emisor, aun con el sacrificio de la exactitud y de la realidad de los

hechos. Los criterios éticos del periodismo, adoptados por la Asamblea Parlamentaria del

Consejo de Europa, alertan del mal uso de la información mediante su manipulación: “La

opinión referente a comentarios sobre acontecimientos o acciones de personas o

instituciones, no debe intentar negar u ocultar la realidad de los hechos o de los datos”.


El contexto mexicano aporta un caso interesante: siendo Ernesto Zedillo el Presidente de

la República de 1994 a 2000, periódicos nacionales transcribieron erróneamente de

Newsweek una cita de él en torno al asesinato de Luis Donaldo Colosio: Si hubo

conspiración, a lo mejor se trataba de gente que buscaba la inestabilidad política y el

desorden. Los periódicos manipularon el sentido de la oración al acentuar el

condicionante si (if, en inglés), con lo cual publicaron que Zedillo había dicho: Sí hubo

conspiración.


Un ejemplo que ilustra el engaño a las masas mediante la manipulación es la película Wag

de Dog (conocida en México como Escándalo en la Casa Blanca, dirigida por Barry

Levinson, 1997). A dos semanas de las elecciones en que busca reelegirse, el Presidente es

sorprendido haciendo insinuaciones a una menor de edad en la Oficina Oval. Un

propagandista, Conrad Brean, es contratado para desviar la atención del público. Entonces

se le ocurre crear una guerra ficticia con Albania, y para ello contacta al productor de

Hollywood, Stanley Motss. Juntos crean la ilusión de una guerra con una falsa filmación.


En principio, el engaño funciona porque logra que los medios de comunicación se concentren en eso, y además el Presidente gana terreno en las encuestas. El caso de

manipulación, aunque se complica porque la guerra “termina” y los medios se enfocan en

el escándalo sexual, retoma su fuerza y engaña a todo el país al ser inventado un héroe de

guerra, despertando así un movimiento de base que se afianza en el colectivo imaginario.


Los noticieros contribuyen a darle fuerza a la manipulación al difundir, mezcladas, noticias

reales y falsas, creando una atmósfera de intoxicación informativa. Al final, el presidente

consigue la reelección.



El efecto amplificador

Facebook y Twitter han irrumpido con fuerza en las sociedades democráticas al fomentar

el libre intercambio de ideas e información. El apogeo de estas variantes de la revolución

digital del siglo 21 se explica porque tuvieron un origen social: crear, buscar o renovar

lazos afectivos; cubrir la necesidad de exhibirse y compartir ideologías o estados de

ánimo, pero ha rebasado el nivel de las relaciones interpersonales para cumplir roles más

influyentes, como generar debate, disponer de plataformas políticas y determinar

patrones de consumo mediante la venta directa de mercancías.


Inclusive estos medios alternativos se han empleado en situaciones acaso impensadas en

sus orígenes, como erigirse en espacio público para actualizar informes sobre la seguridad

social, tal como lo demostraron en su momento los incidentes violentos en México

durante el sexenio 2006-2012: en muchas ciudades del país este sistema reemplazó a los

medios convencionales para alertar a los cibernautas sobre hechos delictivos surgidos al

instante, a tal grado que incluso se orientaban a los usuarios del mensaje sobre rutas o

lugares de peligro. También se ha utilizado como herramienta distractora o como

catapulta de candidatos para puestos de elección popular. Baste recordar la conquista de

la Presidencia de los Estados Unidos a cargo de Barack Obama, quien públicamente

reconoció el poder de las redes sociales para lograrlo.


Todo material compartido en la red sufre un efecto amplificador y resulta crucial para la

toma de decisiones de las personas. El investigador de El Colegio de México, Julián Atilano

Morelos, confirmó en un estudio de 2015 la influencia de las interacciones virtuales en el

comportamiento ciudadano al votar. Al registrar los pormenores de la elección a

Gobernador de Nuevo León en ese año, con el fin de tratar de entender el mecanismo

causal de la relación entre internautas, campañas y preferencia electoral, Atilano

comprobó que el escepticismo sobre el poder de los medios digitales era tanto que se

llegó a decir que el resultado que favoreció al ganador, fue posible sin el uso estratégico

de redes sociales.


El investigador utilizó como método el análisis diario de las publicaciones de Facebook de

la campaña desde su inicio hasta el día de la elección. Uno de sus hallazgos fue que las

cámaras de eco no son herméticas, sino que existen casos en donde ideas contrarias a las

creencias de la persona logran filtrarse y acaban por cambiar su preferencia electoral. Una

de sus conclusiones fue que las redes sociodigitales sí influyen en el comportamiento

electoral, pero para que esto exista debe haber un contexto propicio para que puedan

articularse las narrativas que impulsan a una candidatura.


El manejo de las redes sociales entraña el riesgo de que el mensaje original sea

distorsionado debido a la cantidad de usuarios que intervienen en las dinámicas de

recepción y envío, lo que deviene en rumores, mensajes no confirmados y uso de fuentes

no oficiales: la accesibilidad, característica intrínseca de los medios digitales, impide que la

corrección inmediata de los mensajes manipulados sea valorada o siquiera percibida por

todos los usuarios.


Pero esto es algo que los estrategas de campañas tienen no solo previsto sino que incluso

tienen instrumentadas ciertas acciones de bloqueo, como las llamadas tácticas de

reversión, para lo cual preparan a los llamados bots, para los que se programan intensos

trabajos de detección, acción y reacción desde los denominados war room. Los bots, que

tienen un perfil anónimo, cumplen funciones que incluyen la publicación de temas

propagandísticos, el ataque sistemático y en masa al adversario, y la anulación de

mensajes del rival mediante la implementación de denuncias anónimas a las redes. En la

práctica mexicana ocurre la instrumentación de granjas de usuarios falsos en donde

prevalece lo que podemos denominar una militancia digital que tiene como propósito la

creación de sentimientos de amor u odio hacia los personajes públicos.


Esto puede producir el efecto conocido como espejismos virtuales, los cuales, aunque

efectivos en el plano pragmático, tienen connotaciones morales y éticas. Un ejemplo

clásico de espejismo virtual es el inflado gradual y permanente de un candidato, mediante

el bombardeo de post que son generados en los war room, con los cuales se hace creer al

usuario final del mensaje, esto es, el electorado, que su aspirante lleva la delantera

cuando la realidad puede ser otra. También es posible emplear este recurso en sentido

inverso, es decir, para hacer ver débil al contrincante a través de mensajes que magnifican

sus errores o sus defectos personales. El propósito, muchas veces demostrado, es generar

un sentimiento de animadversión colectivo a través del hostigamiento social.


En el caso de Twitter, limitado al uso de expresar una posición a través de 140 caracteres,

la efectividad del mensaje depende de los usuarios con conexión, del número de

seguidores y de la calidad del contenido. Sin embargo, las audiencias juegan también un

papel preponderante porque no todas las personas disponen de una cuenta en esa red, de

modo que el impacto de los mensajes de ataque va en proporción directa al tipo de

público al que se busca convencer, conmover o impresionar.


La segmentación de públicos


Los espejismos virtuales dependen de un concepto clave en la comunicación que es la

segmentación de públicos. Los públicos a los que apela Facebook no son los mismos que

los de Twitter. En el primero las edades de los usuarios fluctúan entre los 16 y los 50 años,

con énfasis en la población juvenil (amante de las modas y los procesos mentales fáciles

de asimilar), mientras el usuario promedio de Twitter tiene (teóricamente al menos) una

mayor preparación y la esfera de sus intereses es mucho mayor, pues ésta va desde el

aspecto académico (lo que implica un grado de confrontación y cierto escepticismo por


parte de ese tipo de receptor) hasta los temas institucionales y la política en general. Sin

menoscabo de lo anterior, es común que las campañas políticas consideren la apertura de

páginas y de perfiles en Facebook con lo cual se busca abarcar un mayor espectro de

público (que en lo general es más fácil de convencer sin razonamientos profundos). Si a

esto añadimos que las redes sociales se han convertido en una especie de megáfono

personal, donde cualquier usuario puede opinar casi sobre cualquier materia, es

comprensible que los bots de los que hablamos anteriormente influyan poderosamente

en las percepciones. La Generación Always on no distingue entre sus amigos en línea y los

del mundo real, por lo que representan objetivos atacables, y por ende, fácilmente

manipulables.


La fuerza de Twitter como medio alternativo en el desarrollo de una campaña de

linchamiento ha crecido. El hecho de que un usuario posea un número creciente de

seguidores implica que pueda tener una audiencia cautiva, que no sólo leerá los

contenidos que difunda, sino que los podrá distribuir hacia otras muchas personas.


(Revista Proceso, 11 de diciembre de 2011). Las redes permiten que organizaciones y

protagonistas de la noticia tengan visibilidad, pero su característica principal es la

inestabilidad, porque puede perjudicar la imagen de un candidato en lugar de reforzarla.


La revista Proceso, a través de un editorial anónimo, señalaba que el desafío de las redes

sociales para los políticos tradicionales es su condición de medios binarios, interactivos, en

los que un resbalón o un error pueden ser replicados infinitamente y donde el lenguaje

tradicional de la propaganda y la publicidad televisivas o radiofónicas son ineficaces.


Facebook permite centrar la atención en la imagen pública de las organizaciones, dada su

naturaleza expansiva de comunidad virtual. Sin embargo, en su capacidad interactiva van

implícitas ciertas desventajas porque los mensajes que entran en circulación son objeto

del matiz de cada usuario, quien, como bien puede guiar las discusiones de un tema, como

mal actúa de agente desorientador. Al dar rienda suelta a sus usuarios para emitir

mensajes sin mayor restricción que aceptar o no a un nuevo integrante, Facebook puede

dar cabida a denostaciones, bromas y comentarios que no siempre son bien

interpretados.


Es aquí en donde los espejismos virtuales encuentran campo fértil para establecerse y

crear una ilusión que muchas veces no coincide con la realidad.


Con el uso de las redes sociales ocurre el fenómeno de asociación de imagen, lo cual

implica que el usuario puede introducir textos que afecte la reputación de la institución o

de la personalidad seleccionada para un ataque. Los mensajes que un operador inserta en

Facebook o Twitter, aun cuando posean un carácter personal, tácitamente reflejan la

imagen de la organización a la cual se pertenece.


Los usuarios de las redes no diferencian con claridad la ideología personal de quien

escribe con respecto a los valores y los ideales de la institución, pero esa falta de rigor al

momento de dialogar con las audiencias provoca incontables casos de imprudencia que


demuestran el peligro de un mal uso de mensajes porque tienen un consumo colectivo.

Scout Bartosiewicz era estratega de nuevos medios para la empresa que llevaba la cuenta

de Chrysler en Twitter cuando escribió lo siguiente: Es irónico que Detroit es conocida

como #motorcity y lo peor es que nadie sabe cómo mierdas manejar.


Su opinión fue transmitida por error desde la cuenta de la armadora, cuando él pensaba

que lo hacía desde la personal. La empresa canceló sus contratos con la empresa, que

acabó despidiendo al estratega. En otro caso, Alfonso Brito, director de Comunicación

Social del Gobierno del entonces Distrito Federal (2010), publicó, también por error, un

tweet abierto en lugar de ser un mensaje directo a Francisco Ríos, asesor del jefe de

Gobierno Marcelo Ebrard, felicitándolo por su debate con el columnista Adrián Lajous.

Felicidades por la putiza a Lajous, escribió. Tuvo que disculparse.


Los operadores de redes de quienes buscan un puesto político recurren a maniobras para

desinformar y crear caos informativo. Brian Solís, analista digital de Altimeter Group, y

Jorge Ávila, fundador de Dosensocial, sugieren, entre las reglas de oro para publicar

contenido en redes, conocer el funcionamiento de éstas y las aplicaciones o las

herramientas que se vayan a utilizar. Un intoxicador de contenidos mediáticos no solo

conoce bien las aplicaciones y las herramientas; también aplica criterios de marketing

político, sociología, e inclusive de psicología social. Pero hay conceptos legales de

observancia mundial que intentan limitar los abusos. En países de avanzada democrática

existe el término legal Derecho a la Intimidad, que significa detener el interés público por

saber detalles de una noticia cuando ésta roza el límite entre información pública y la

intimidad de una persona. Tal concepto es pertinente en el tema que analizamos aquí.


Éticamente hablando, el Derecho a la Intimidad es la zona vedada para la explotación de

ángulos informativos, pues cualquier persona tiene derecho a no ser importunada en su

vida familiar, aunque sea un personaje público. En el caso de México, la Constitución

sanciona este derecho civil.


Pareciera un tema que no admite discusión, pero en realidad atañe casos específicos. Así,

un ejemplo digno de estudio podría ser si se debiera informar o no al público sobre la

salud del Presidente de la República. El asunto está inmerso en el ámbito privado, pero

simultáneamente y por obvias razones tiene trascendencia nacional. Emilio Filippi (2003)

puntualiza que se trata de un concepto que no ha sido determinado con exactitud: Se dice

que todo lo que hacen las personas constituye actividad privada. Pero eso no siempre es

así. Si un particular comete un delito, éste deja de ser un hecho privado. Informar sobre

dicho acto no podría considerarse como invasión de la vida privada.


El problema estriba en que, mientras los códigos de derechos humanos protegen

celosamente este principio, numerosos países imponen condiciones, cláusulas o barreras

a la protección de la vida privada. Este divorcio ideológico ha complicado el escenario. Así,

la Convención Americana sobre Derechos Humanos consagra en su Capítulo 2, relativo a

Derechos Civiles y Políticos, la Protección de la Honra y de la Dignidad de las Personas, lo

siguiente:


ARTÍCULO 11: Toda persona tiene derecho al respecto de su honra y al reconocimiento de

su dignidad. Nadie puede ser objeto de injerencias arbitrarias o abusivas en su vida

privada, en la de su familia, en su domicilio o en su correspondencia, ni de ataques ilegales

a su honra o reputación. Toda persona tiene derecho a la protección de la ley contra esas

injerencias o esos ataques.


Apegándonos a lo anterior, los líos extramaritales de los Presidentes de Estados Unidos,

Franklin D. Roosevelt y John F. Kennedy, por ejemplo, quienes fueron objeto de una

cobertura descarnada de la prensa en su momento, no deberían ser noticia. Y es que,

aunque dichos actos encuadran en el perímetro de la moral, la prominencia pública de

estos personajes hacía que este derecho humano fuese ignorado porque los medios

consideraban que su vida privada afectaba su desempeño como gobernantes.


El concepto de vida privada resulta, entonces, difícil de precisar. Sin embargo, es

pertinente observar que la privacidad es un derecho individual que consagran los marcos

jurídicos de países con democracia consolidada en el mundo. Aunque sea individual, el

derecho a la intimidad tropieza con excepciones que se apoyan en el llamado interés

público para vulnerarlo. Las leyes del Reino Unido, por citar un caso, no dejan escapar la

oportunidad de limitar el principio. Su Código de Conducta de la Prensa (sin fecha) señala:

“Cada uno merece respeto a su privacidad y a la de su vida familiar, hogar, salud y

correspondencia. (Pero) una publicación deberá justificar las intrusiones a la vida privada

de los individuos sin consentimiento”.


La privacidad debería representar el principal activo de las personas para no ser

importunadas en el ámbito de su intimidad, lo que atañe a su propiedad privada, su vida

personal y su familia. El investigador mexicano Ernesto Villanueva acota este fundamento

así: “Si bien es cierto que el derecho a la privacidad debe, en principio, ser respetado,

también lo es que esta garantía individual puede ser vulnerada para satisfacer un interés

superior: el interés público”. Tal es, al menos, la interpretación doctrinal más aceptada a la

luz de que, en caso de colisión de derechos, el bien jurídico protegido que debe prevalecer

es el más valioso, es decir, el de la colectividad sobre el individual. El periodista Guido

Fernández (2004) no cree en el valor irrestricto del derecho a la intimidad. En principio,

reconoce que el derecho a vivir sin intromisiones, es elemental y sagrado. Pero enseguida

plantea: (Sin embargo), el individuo no puede esperar protección, silencio ni recato de los

instrumentos de poder social cuando esa conducta amenace con deteriorar la fibra que

amarra el sentido de la vida en comunidad.


Sería complicado enumerar casos específicos en que sería dable violentar la vida privada

de las personas porque ante tal dilema tendríamos que aceptar como principal argumento

el interés colectivo. Los medios se atribuyen esta decisión unilateral sin hacer un balance

justo de los hechos. Respecto a las excepciones de romper este principio, el argentino

Eduardo Ulibarri (1994) tributa una afirmación que no tiene desperdicio: “Los que

proclaman el derecho del público a estar informado no reparan en que ese derecho es


teóricamente ilimitado, y por ello, insaciable e imposible de respetar”. La sentencia cobra

pertinencia porque señala el hecho de que la tarea de comunicar es inabarcable.



Ahora bien, existen mecanismos que pueden desalentar o al menos constituir un escudo

en contra de los abusos de la información manipulada. En varios países en donde la

Libertad de Prensa está garantizada a nivel constitucional, existe el Derecho de Réplica. En

México este principio de concesión a la otredad se articuló incluso antes de la noción de

país independiente que se tenía en ese entonces. En el prólogo a su Diario Literario,

publicado en México en 1768, José Antonio Alzate invocaba el derecho de réplica, aun sin

llamarlo por su nombre: “No me juzgo infalible, por lo que estimaré el que se me advierta

de aquellas faltas en que incurriere, y me obligo á advertir en el primer jornal, que se

publicare, la falta que cometí, como sea bien verificado”. (Asombra la preocupación que

ya desde entonces había sobre criterios de índole ético para divulgar las obras literarias

que entonces llegaban a la Nueva España: “...sin tomar partido alguno, porque para mí no

hay griegos ni troyanos...”). En el terreno de las redes sociales, este derecho aplica sin

necesidad de invocar un criterio legal, sino que es el mismo objeto de la campaña negativa

quien puede hacerlo a través de sus propias cuentas y perfiles.


Conclusiones

Quienes cuentan con una red social activa son potencialmente manipuladores y creadores

de sus propios espejismos virtuales. Los espejismos virtuales son usados para manipular la

opinión que tienen los demás sobre ellos. Cuando las personas suben una foto a sus redes,

o cuando comparten imágenes de lo que comen o de sus viajes, buscan percepciones que

muchas veces no son reales, pero en cierto grado se manipula a la gente para modelar una

imagen diseñada al gusto.


Si bien es cierto que en la política la imagen de la percepción y los sentimientos son más

connotados y ello conlleva una estrategia de poder, las personas comunes y corrientes se

basan en los mismos principios para hacerlo.


En el plano político las redes sociales son un modelo referencial que los estrategas

electorales consideran clave para el desarrollo de una campaña. Al hacer uso de la

manipulación por medio de linchamientos sociales, los políticos apelan a discursos de odio

que pueden representar el fiel de la balanza, porque los usuarios del mensaje, el

electorado, son fáciles de convencer y de hecho son utilizados para replicar el efecto en

sus ámbitos de influencia inmediatos.

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